Mi amante

Desnudo de Elizabeth Taylor


La que toca mis pechos sin pudor.

Aquella que ha desabrigado mi decencia

y desliza sus labios por mis senos

la que a de mentir

la que a de azotarme con su lujuria.

Mi amante,

Esa que dice amarme hasta en la alfombra de la sala.

Es aquella que me miente y yo le creo.

Aquella, a la que no puedo hablarle.

Aquella que desgarra mis vestiduras con dientes.

La que me ha hecho sentir el suelo y el cielo.

Mi amante, que penetra en mi fantasía exquisita.

Ella es la que logra introducir su mano

por debajo de mi falda

y con movimientos suaves de sus manos

hace maravillas con mi piel.

Mi amante,

que desnuda mis pensamientos

e introduce en mí ideas de amor,

Mi amante,

quizás también sea tu amante...



Consideraciones para la construcción de un puente


Las piedras de los puentes han de ser ligeras:

conceptos, palabras, materia referida;

la estructura general irresoluble y vaga:

si nadie ve dos veces el mismo río, nadie verá dos veces el mismo puente.

Aboliremos de los arcos toda nostalgia,

toda afección humana.

La elección del trayecto será arbitraria y personal,

también el tiempo destinado:

los puentes no satisfacen jamás un orden, no se proponen nada,

un camino que va es un camino que regresa.

José Martín Carmona


Poema de Bitacora


No conoce el arte de la navegación
quien no ha bogado en el vientre
de una mujer, remado en ella,
naufragado
y sobrevivido en una de sus playas.

“Linguística general” 1979

Imagen: La odalisca. Ingres

No Quisiera Que Lloviera



No quisiera que lloviera
te lo juro
que lloviera en esta ciudad
sin ti
y escuchar los ruidos del agua
al bajar
y pensar que allí donde estás viviendo
sin mí
llueve sobre la misma ciudad
Quizá tengas el cabello mojado
el teléfono a mano
que no usas
para llamarme
para decirme
esta noche te amo
me inundan los recuerdos de ti
discúlpame,
la literatura me mató
pero te le parecías tanto.

Cristina Peri Rossi
“Diáspora” 1976


Invitación

Gustav Klimt, Las 3 edades de la mujer


Una mujer me baila en los oídos
palabras de la infancia
yo la escucho
mansamente la miro
la estoy mirando ceremoniosamente
y si ella dice humo
si dice pez que cogimos con la mano,
si ella dice mi padre y mi madre y mis hermanos
siento resbalar desde lo antiguo
una cosa indefinible
melaza de palabras
puesto que ella, hablando,
me ha conquistado
y me tiene así,
prendida de sus letras
de sus sílabas y consonantes
como si la hubiera penetrado.
Me tiene así prendida
murmurándome cosas antiguas
cosas que he olvidado
cosas que no existieron nunca
pero ahora, al pronunciarlas,
son un hecho,
y hablándome me lleva hasta la cama
adonde yo no quisiera ir
por la dulzura de la palabra ven.

Cristina Peri Rossi.


Poema flotante


Pase lo que pase con nosotras, tu cuerpo 
rondará el mío - tierno, delicado
tu forma de hacer el amor, como la fronda enroscada
del helecho de agua en los bosques
recién lavados por el sol. Tus muslos viajeros, generosos 
entre los que mi rostro entero vuelve y vuelve-
la inocencia y la sabiduría de los lugares que mi lengua allí encontró - 
la danza vital e insaciable de tus pezones en mi boca -
tu contacto, firme, protector, intentando
descubrirme, tu lengua fuerte, tus dedos finos
llegando adonde estuve esperándote por años
encerrada en mi cueva húmeda y rosa- pase lo que pase, esto es.

Adrianne Rich


Poema número 3


Porque ya no somos jóvenes, las semanas han de bastar 
por los años sin conocernos. Sólo esa extraña curva 
del tiempo me dice que ya no somos jóvenes. 
¿Caminé yo acaso por las calles en la madrugada, a los veinte, 
con la piernas temblándome y los brazos en éxtasis más pleno? 
¿Acaso me asomé por alguna ventana buscando la ciudad 
atenta al futuro, como ahora aquí, esperando tu llamada? 
Con el mismo ritmo tú te aproximaste a mí. 
Son eternos tus ojos, verde destello 
de hierba salvaje refrescada por la vertiente. 
Sí. A los veinte creíamos ser eternas. 
A los cuarenta y cinco deseo conocer incluso nuestros límites. 
Te acaricio ahora, y sé que no nacimos mañana, 
y que de algún modo tú y yo nos ayudaremos a vivir, 
y en algún lugar nos ayudaremos tú y yo a morir.

Adrianne Rich

Mujeres que vuelan



No sé; me importa un pito que las mujeres tengan los senos
como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de
papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que
amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el
primer premio en una exposición de zanahorias; pero ¡eso sí! - y en
esto soy irreductible - no les perdono, bajo ningún pretexto, que no
sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan
seducirme!


Ésta fue - y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente,
de María Luisa.¿Que me importaban sus labios por entregas y sus encelos
sulfurosos? ¿Que me importaban sus extremidades de palmípedo y
sus miradas de pronostico reservado? ¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del
comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún
paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un
puntito rosado. "¡María Luisa! ¡María Luisa!... y a los pocos
segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme,
volando, a cualquier parte.


Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos
aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en
una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja
muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver,
de vez en cuando las estrellas! ¡Que voluptuosidad la de pasarse los
días entre las nubes...la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer a una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna
clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una
diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que
tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una
mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me
es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor
más que volando.


Oliverio Girondo